Juan Bosco nació en 1815 en una humilde casa de campo en el norte de Italia. Su padre, Francisco, murió cuando él tenía apenas dos años. Su madre, Margarita Occhiena, se convirtió entonces en el pilar de la familia. “Mamá Margarita”, como la llamaban quienes la conocieron, transmitió a sus hijos una fe sencilla pero firme, y una enorme capacidad de trabajo y sacrificio.
El ambiente familiar era pobre en recursos materiales, pero rico en valores: el sentido de comunidad, la confianza en Dios y la solidaridad hacia los más necesitados marcaron profundamente al pequeño Juan. Esa educación del corazón —más que la del intelecto— fue el cimiento sobre el que edificó toda su obra posterior.
Quería que sus escuelas fueran lugares alegres, donde se pudiera aprender jugando, riendo y compartiendo. Para él, la alegría era un camino hacia Dios.
La familia Bosco supo combinar el afecto con el respeto y la exigencia, valores que Don Bosco convertiría en el núcleo de su “Sistema Preventivo”. En él, la razón, la religión y el amor se entrelazan como pilares para educar a los jóvenes con dulzura y firmeza.
Todo lo que Don Bosco promovió en sus oratorios —el acompañamiento afectivo, el espíritu de familia, la confianza mutua— tiene su eco en esa experiencia primera vivida junto a su madre y sus hermanos. Aprendió que solo se educa verdaderamente desde el amor gratuito, la paciencia y la presencia constante.
Hoy, en un tiempo donde cada vez es más difícil compartir espacios, tiempos y silencios, la familia de Don Bosco sigue ofreciendo una inspiración actual. No se trata de tener una familia perfecta, sino de vivir en ella con autenticidad y cariño; de sostenernos unos a otros, cultivar el diálogo y confiar en que la fe puede dar sentido, aun en medio de las dificultades.
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