¿Y ahora qué?

número 86

¿Cuáles son las heridas de la infancia

¿Cuáles son las heridas de la infancia?

Abordamos este tema como ayuda en la crianza y quizás también como recurso para conocernos mejor.

La infancia es una etapa crucial en el desarrollo de una persona, donde se forjan las bases de su personalidad, relaciones y emociones. Durante este período, los niños pueden enfrentar diversas experiencias que, dependiendo de cómo se manejen, pueden dejar una marca profunda en su bienestar emocional y mental. Estas experiencias dolorosas y traumáticas a menudo se conocen como heridas de la infancia y pueden tener un impacto duradero en la vida adulta de una persona.

Según una publicación de la Universidad de Cádiz, existen cinco grandes heridas y sus “máscaras”:

La herida del rechazo es muy profunda

Le hace sentir a uno que su “derecho a existir” está siendo rechazado. Un ejemplo claro son los bebés que no son bienvenidos cuando su concepción no es buscada por los padres. Se activa incluso en el vientre materno. La herida se activa sobre todo en la relación con el padre del mismo sexo. Esta herida puede explicar las dificultades que tienen algunas personas en aceptarse tal y como son y en tener una autoestima equilibrada.


El abandono y la máscara de dependencia

Quien sufre de abandono siente que no tiene suficiente alimento afectivo. Para no sentir esa carencia afectiva, se construyen la máscara de la dependencia. Los dependientes piensan que nunca serán capaces de valerse por sí mismos, y que necesitan a alguien en quien apoyarse, tienden a adoptar el papel de víctima. La emoción más intensa que siente un dependiente es la tristeza. La huella de abandono es una herida importante cuando sienten que han sido abandonados, no sólo en el plano físico, sino también en el emocional y psicológico. El temor a la soledad es la tónica y por tanto, demandan una exagerada atención y presencia. Su equilibrio vendría de encontrar la confianza en sí mismos y recuperar su autoestima.


La humillación y la herida masoquista

La herida de la humillación se despierta en el niño cuando éste siente que alguno de sus padres (indistinto el sexo) se siente avergonzado de él, o tiene miedo de que se pueda sentir avergonzado porque se ha ensuciado, porque no guarda las formas sociales, o porque va mal vestido, etc. El niño se siente degradado, comparado,  avergonzado a nivel físico de “hacer” o “tener”. Uno puede sentirse culpable sin sentirse avergonzado, pero quien se siente avergonzado también se siente culpable. Para no sentir la herida, el niño desarrolla la máscara masoquista. Con esa protección, el niño aprenderá a castigarse a sí mismo (humillarse) antes de que lo hagan otros. Son hiper-sensibles, y el mínimo comentario o acción que les ponga en tela de juicio les puede herir. Por eso hacen todo lo posible para no herir a los demás. Si alguien a quien quieren se siente infeliz, el masoquista se siente responsable. Se culpan por todo, y asumen la culpa de los demás. Es su manera de ser “buenas personas”. No se da cuenta de que estando tan empanizado con el humor del otro, se desconecta de sus propios sentimientos y necesidades.


La traición y la máscara del controlador

En la niñez se sintió traicionada por el padre de sexo opuesto cada vez que ese padre no mantenía su palabra o promesa, o cada vez que no cumplía sus expectativas de “padre ideal”. Para no sentir la herida de traición, la personalidad construye la máscara del control. Quieren mostrar al mundo que son gente de confianza, responsables, con palabra, fuerte, importante. Los controladores tienen fuertes personalidades, son líderes en potencia. Piensan que tienen la razón, intentar convencerte, y probablemente lo conseguirán. Son de pensamiento y acción rápida, tienen talento pero les falta paciencia y tolerancia hacia los que son más lentos. Tienen miedo a admitir sus miedos y a hablar de sus debilidades; a mostrar su vulnerabilidad por miedo a que alguien se aproveche de ello y pueda controlarle. No les gustan las sorpresas, pues pueden perder control.


La injusticia y la máscara del rígido

Sufrimos la herida de la injusticia cuando sentimos que no somos apreciados por nuestro verdadero valor, cuando no nos sentimos respetados o cuando creemos que no recibimos lo que merecemos. También sufre esta herida quien cree que recibe más de lo que se merece. Tienen mucho miedo a cometer errores. Se exigen mucho a sí mismos, les gustaría tenerlo todo solucionado al instante, son muy impacientes y críticos consigo mismos. Casi nunca están satisfechos por lo que hacen, y eso les agota, no pueden disfrutar de lo realizado, pues hay que buscar otro objetivo para encontrar el reconocimiento en los otros. Es como tener sed y “beber agua de mar”. Son extremadamente perfeccionistas. Les gusta que todo esté en su sitio, ordenado. Su sistema nervioso está sobreexcitado por esta autoexigencia, aunque parezcan personas tranquilas (debido a su auto-control). La emoción más común es el enfado, sobre todo hacia ellos mismos, por no alcanzar sus ideales de perfeccionismo; aunque no son muy conscientes del mismo y no saben gestionarlo adecuadamente.