Un poco más

Número 86

Tus hijos, los campeones de su propia vida

María Pérez

”Mi hijo entrena mucho, seguro que llega a ser una estrella en el fútbol…”, “Mi hija es un cerebrito, será una gran doctora…”

Un pequeño spoiler, no suele pasar, y si pasa, serán probablemente personas frustradas a nivel emocional. ¿Soy quien quiero ser o lo que esperan los demás?

 

¿Qué expectativas tienes sobre tus hijos? ¿Son realistas? ¿Te ayudan en su educación?

Estamos a punto de finalizar el segundo trimestre, de nuevo nos encontramos en un período vacacional que podemos aprovechar para pararnos y pensar qué objetivos tenemos con nuestros hijos o con nuestros alumnos.

Para ello, os presento el “Efecto Pigmalión”, un experimento de Rosenthal y Jacobson llamado “Pigmalión en el aula”. Este experimento consistió en la realización de un test de inteligencia al alumnado. Los resultados obtenidos fueron manipulados intencionadamente y entregados al profesorado, condicionando a los docentes a la hora de impartir su materia. Al finalizar el curso, se demostró que las expectativas de los profesores hacia sus alumnos desencadenaron en la obtención de calificaciones más altas que las de los alumnos que sus profesores tuvieron expectativas bajas.

 

Durante dicho experimento, comprobaron que los profesores que tenían unas expectativas altas y positivas hacia algunos de sus alumnos trabajaban sobre cuatro elementos: el clima, el factor input, la oportunidad y el feedback.


Los docentes generaban un clima agradable en el que la comunicación verbal y no verbal era positiva y cercana, además de cariñosa. Inconscientemente se convertía en un trabajo circular, ya que se retroalimentaban mutuamente, es decir, un alumno que responde y un profesor motivado por enseñar más. De esta manera, incrementaban la materia a enseñar y desarrollaban mucho más sus capacidades. Del mismo modo, los profesores daban más oportunidades de acierto a aquellos alumnos a los que les tenían unas expectativas mayores. Por último, el refuerzo era positivo y mucho más constante hacia este grupo de alumnos, lo que les motivaba mucho más a aprender.


Autoestima

Ya hemos comentado en números anteriores la importancia de la autoestima en la infancia. Podéis encontrar toda la información en el nº83 de la revista, “¿Se puede equivocar mi hijo? ¿Me puedo equivocar yo?”. Este efecto del que os hablo, está totalmente relacionado con el desarrollo de la autoestima y autoconcepto de los niños. 


Si creemos que nuestros hijos son capaces de lograr un objetivo, puede que no lleguen a alcanzarlo del todo, pero lo que sí es cierto es que lo habrán intentado y habrán aprendido durante el proceso. La finalidad principal que debemos tener con nuestros pequeños, es que logren ser personas adultas autónomas, con una autoestima y autoconcepto firme y sano. De esta forma saldrán a “comerse el mundo” siendo felices con ellos mismos.


Por otro lado, ¿qué ocurriría si nuestras expectativas fueran negativas o nulas? Se debe tener claro que los niños actúan en base a lo que les transmitimos. Dichas expectativas se acaban convirtiendo en etiquetas, que se convierten en un enemigo directo de la construcción de la persona. “Lo sabía, un 5 en el examen. Si es que es disperso, no da para más…” Ese niño, cuando intente mantener la concentración creerá que no puede o que le cuesta más porque “es disperso, siempre lo ha sido”. Dicha creencia real instantánea se traduce en una etiqueta permanente.

¿Cómo podemos convertir este efecto para generar expectativas positivas?

Os presento algunas herramientas que os puede resultar útiles: