Número 91
María Pérez
Hace un tiempo reflexionábamos sobre la comunicación afectiva y efectiva, entendida como la capacidad de aprovechar las conversaciones cotidianas para conectar con el otro desde una escucha activa auténtica, aquella que nace no solo de oír, sino de querer comprender. Escuchar con el corazón implica disponibilidad emocional, respeto y presencia real.
Partiendo de ese enfoque, en este artículo nos adentramos en los pilares fundamentales que sostienen una buena relación entre padres e hijos, una relación que no se construye únicamente desde el afecto, sino también desde la firmeza, la coherencia y la responsabilidad adulta.
La figura del padre y la de la madre son insustituibles. Cada una aporta a los hijos algo único y complementario, precisamente porque el vínculo que se establece con cada uno es distinto. No se trata de jerarquías, sino de funciones relacionales diferentes, necesarias para un desarrollo emocional sano.
Uno de los principales retos que observamos actualmente en nuestra sociedad es la falta de fortaleza en el ejercicio de la parentalidad, en muchos casos derivada de una interpretación errónea de la llamada educación positiva. Durante los últimos años ha cobrado fuerza la idea de evitar el “no”, de preguntar en exceso a los niños qué desean o prefieren, incluso en situaciones que requieren una guía clara por parte del adulto.
Escuchar a los hijos, validar sus emociones y tener en cuenta su punto de vista es fundamental. Sin embargo, vivir en familia y en sociedad implica asumir límites y normas, y son los padres quienes deben ejercer, con seguridad y afecto, la responsabilidad última en la toma de decisiones. Ser referentes no significa imponer, sino acompañar con firmeza, mostrando a los hijos qué toca hacer en cada momento, sin dejar de escuchar lo que sienten.
Porque educar no es elegir entre cariño o autoridad, sino saber sostener ambos a la vez.
A continuación comento varias claves para educar desde la fortaleza y la seguridad:
Ejercer la autoridad como un acto de cuidado. Ser padres fuertes no implica dureza, sino seguridad interior. Los hijos necesitan adultos que tomen decisiones, marquen límites y sostengan normas con coherencia. La autoridad ejercida desde el cariño genera confianza y protección emocional.
Estar presentes emocionalmente, no solo físicamente. La fortaleza parental se construye en la disponibilidad real: mirar, escuchar, interesarse y responder. Padres y madres que están emocionalmente presentes ofrecen a sus hijos una base segura desde la que explorar el mundo.
Educar sin culpa y con coherencia. La culpa debilita el rol adulto. Decir “no”, frustrar o sostener un límite no daña el vínculo cuando se hace desde el respeto. Al contrario, la coherencia y la firmeza fortalecen la relación y aportan estabilidad emocional a los hijos.
Ser modelo de autoestima y autocuidado. Los hijos aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice. Padres y madres que se respetan, se cuidan y se hablan con amabilidad enseñan, sin palabras, el valor del amor propio y la dignidad personal.
Acompañar sin invadir, proteger sin controlar. Educar desde la fortaleza implica saber cuándo guiar y cuándo soltar. Los hijos necesitan apoyo para enfrentarse a las dificultades, no adultos que las eviten por ellos. La confianza en sus capacidades es una de las mayores formas de amor.
Los hijos no necesitan padres perfectos, sino adultos emocionalmente fuertes: capaces de sostener, de poner límites con cariño y de acompañar sin invadir. La fortaleza parental se demuestra en la coherencia, la presencia y el respeto por las emociones de los hijos, ofreciendo un refugio seguro desde el que crecer.
Y ahora, con la Navidad a la vuelta de la esquina, os invito a aprovechar este tiempo para disfrutar juntos, ya sea en casa o fuera, compartiendo planes y miles de conversaciones significativas. Son fechas para vivir y saborear la familia, creando recuerdos que perduran.
Por último, os deseo una Feliz Navidad y un próspero Año Nuevo, que el nacimiento del Niño Jesús nos inspire a renovar nuestros corazones y a aprender de su ejemplo de amor y humildad.
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