Número 90
María Pérez
Cuando somos pequeños y jugamos a los bolos, nuestros padres a menudo colocan barreras laterales en la pista. No lo hacen para limitarnos, sino para ayudarnos a alcanzar el objetivo: derribar los bolos. Esas barreras no son un obstáculo, sino una guía que nos permite disfrutar del juego sin frustrarnos.
Imaginemos ahora que esos bolos representan las metas que tenemos para nuestros hijos: que sean felices, respetuosos, responsables, generosos… Y que esas barreras que les ponemos —los límites— son precisamente los que les ayudan a alcanzar esos objetivos. No se trata de imponer, sino de acompañar y orientar.
Hoy en día, muchas familias sienten que son los niños quienes “tienen la sartén por el mango”. La falta de estructura y de referentes claros puede generar inseguridad, tanto en los hijos como en los propios adultos. Por eso es importante recordar que una educación basada en el cariño y la exigencia no sólo es posible, sino necesaria. Poner límites desde el amor les permite crecer con confianza, sabiendo hasta dónde pueden llegar, y les ayuda a convivir de forma saludable con los demás.
Cuando escuchamos palabras como límites o normas, muchas veces nos vienen a la mente figuras autoritarias y estrictas. Pero tener autoridad no es lo mismo que ser autoritario. Educar con autoridad es hacerlo desde la coherencia, el respeto mutuo y la firmeza afectuosa. En este artículo, explicaremos los distintos estilos educativos y la importancia de establecer normas claras en el hogar, como base fundamental para una crianza saludable.
Antes de preguntarnos cómo poner límites, quizá debamos reflexionar sobre para qué lo hacemos. ¿Qué deseamos para nuestros hijos cuando sean mayores? ¿Cómo los imaginamos con dieciocho o treinta años? ¿Queremos que sean amables, honestos, pacientes, seguros de sí mismos, felices? Ninguno de esos valores se construye de la noche a la mañana. Educar es un proceso lento y constante, que requiere mucha paciencia —esa forma de amor que confía en que el otro lo logrará— y una base sólida de trabajo diario, orden, y límites bien colocados.
A la hora de poner límites, lo primero que debemos tener claro es qué tipo de educación estamos ofreciendo a nuestros hijos. Existen cuatro estilos parentales principales: autoritario, asertivo, permisivo y negligente. Cada uno de ellos se define a partir de dos variables clave: la exigencia (o autoridad) y el afecto (o calidez). En la imagen podemos observar cómo se distribuyen estos estilos según el grado de exigencia y el nivel de cariño con el que se relacionan padres y madres con sus hijos.
Con esto en mente, cuando establecemos normas en casa, es importante hacerlo desde una intención educativa clara: ¿qué valor queremos transmitir? Por ejemplo, si nuestro objetivo es enseñar buenos modales en la mesa, el valor sería precisamente ese, la cortesía o el respeto en el contexto de las comidas. A partir de ahí, la norma podría ser: “No me levanto hasta que todos hemos terminado” o “Espero a los demás para empezar a comer”. El límite, entonces, sería la línea que no se debe cruzar: lo que no estamos dispuestos a permitir.
Es importante diferenciar entre los límites que son innegociables y aquellos en los que podemos ser más flexibles. Por ejemplo, si en casa tenemos la norma de no comer dulces entre semana, un miércoles cualquiera no se rompería esa norma. Pero si ese miércoles celebramos el cumpleaños de papá, esa excepción cobra sentido y refuerza otro valor: el de celebrar y compartir momentos especiales en familia. En ese caso, podemos decir: “Hoy vamos a comer un poco de dulce porque es una ocasión especial”.
De cara a este verano, quiero proponeros una idea: establecer juntos las normas del hogar. Normas sencillas, claras y compartidas por todos los miembros de la familia, que nos ayuden a mejorar la convivencia y a construir una base sólida para el desarrollo de nuestros hijos. Una base que les permita crecer como personas completas, pero sobre todo felices y fuertes.
Os comparto esta ilustración de @dibupills que recoge de forma preciosa el verdadero sentido de las normas: “Que consigan hacerlas porque quieren, porque les hace felices hacer lo que deben.”
Y para terminar, os animo a crear vuestras propias normas familiares este verano. Podéis escribirlas juntos, darles forma entre todos y colocarlas en un lugar visible del hogar, acompañadas del horario de verano. Que sean un recordatorio diario de cómo queremos convivir, cuidarnos y crecer juntos.
Os deseo un verano lleno de momentos compartidos, juegos, risas y conexión. Que aprovechéis este tiempo para estar de verdad con vuestros hijos, en presencia, en escucha, en cariño. La infancia no se repite, y cada pequeña vivencia compartida deja huella.
Y recordad: educar no es tenerlo todo controlado, es acompañar, sostener y marcar el camino con amor y coherencia. Que este verano, además de descansar, sigamos construyendo esos vínculos fuertes que hacen de nuestras casas lugares seguros, alegres y llenos de aprendizaje.
¡Feliz verano, familias!
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