1. Escucha activa
Dedica tiempo a escuchar lo que los niños quieren contar, sin interrumpir ni juzgar. A veces, lo más importante no es dar soluciones, sino estar presentes.
Mantener horarios regulares para dormir, comer y jugar da a los niños seguridad emocional y estructura.
Frases como “entiendo que estés triste” o “es normal sentirte así” les ayudan a reconocer y aceptar lo que sienten sin vergüenza ni miedo.
El juego no solo es diversión: es una forma poderosa de procesar emociones, aprender y relacionarse con el mundo.
Los adultos también se enfadan o se frustran. Mostrar cómo manejamos nuestras emociones enseña más que cualquier charla.
Reconocer sus logros, por pequeños que sean, y enfocarse en sus esfuerzos más que en los resultados fortalece su confianza.
No sobrecargar su agenda con actividades ni exigirles perfección. El descanso, el aburrimiento y el tiempo libre también son necesarios.
Supervisa lo que consumen en internet y redes. Un uso equilibrado de la tecnología protege su bienestar mental y emocional.
Normaliza hablar de emociones, tristeza o ansiedad como parte de la vida. Si lo aprenden desde pequeños, pedir ayuda será más fácil en el futuro.
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